Pasoslargos

Caminando y descubriendo nuestro pasado tirando de hilos llenos de colores


¡Aquí Fernández!

J – ¡Aquí Fernández! Es lo que decía siempre papá cuando llamaba por teléfono. A mí me daba un poco de vergüenza escucharle. ¿Pero no es consciente que hay cien mil Fernández? Pensaba yo. Y seguro que se lo dije algunas veces.

F – Sí, se lo comentaste alguna vez, pero él se sentía un “influencer” para muchos en cuanto a los negocios en esos tiempos, y nos sonreía como si nosotros no entendiéramos lo importante que era.

J – Es verdad que lo identificaban, no solo por el Fernández, sino por su voz y el énfasis que le daba a la frase. Y tengo que reconocer que, delante mía, nunca le escuché dar una explicación añadida del tipo… sí, Fernández, que hablamos de esto, o Fernández el de las mudanzas, o el de la charcutería, o el del bazar, o el importador. ¡Tenía ese convencimiento!, y no creo que fuera por exceso de confianza en sí mismo.

F – Bueno, quiero recordar que en Tetuán no teníamos teléfono, ni en Ceuta, sí lo tuvo en el piso-oficina que tuvo en Casablanca, y también lo puso en el piso de Francisco de Ribalta, 9, pero su uso era casi exclusivo para él, ya que le puso un candado para que nadie sin la llave pudiera marcar con el rotor que giraba para poder activar una llamada. Las llamadas eran casi en exclusiva de él y para él y sus negocios, que eran muchos.

J – Le puso el candado porque decía que gastábamos mucho con el teléfono. Cuando en realidad el que hablaba largas conversaciones era él. Pero le salió mal la jugada 😊. Se le perdió la llave del candado y nosotros aprendimos a marcar sin usar el disco. Él no podía llamar y nosotros sí. Como el contrato incluía un número de llamadas gratis al mes y nosotros llamábamos poco, no se dio cuenta.

(Nota para frikis. El sistema de marcado no era por tonos sino por pulsos. Si le dábamos rápidamente a la tecla de colgar, era como un impulso. Así que para llamar al, por ejemplo 629843 había que pulsar la tecla de colgar rápidamente 6 veces, pausa, luego 2 veces, pausa, luego 9 veces, etc. No tengo ni idea de cómo nos enteramos de este procedimiento).

F – Creo que fue Jose Miguel el que adquirió la información para usar ese truquillo para poder hablar él con María José y que se lo enseñó a mamá.

Podríamos decir que nuestro padre: Fernández, era un “emprendedor”, pero también se le podría catalogar como un “comerciante”, o un “transportista”, un “distribuidor”, un “tratante”, un “charcutero”, …, pero todos entendemos que la expresión que le va mejor era la de “negociante” o la de buscavidas (en el buen sentido de la palabra) que estaba constantemente rebuscando y encontrando posibles oportunidades de negocio en los distintos entornos en los que se movía.

Un buscavidas también, en el sentido de que se las ingeniaba para salir adelante. Y, negociante, en el buscar alternativas de negocio en todo momento y en cualquier campo que le ofreciera oportunidades.

Tras la guerra, a partir de 1940, cuando estaba en la Escolta del generalísimo y después ya siendo Guardia Civil, también se dedicaba a vender carteras de piel, fabricadas por su tío Diego de Ubrique, otro negociante de la familia, a soldados o guardias de distintos cuerpos, y en las que se troquelaba el escudo (de la guardia civil, de infantería, artillería, caballería, ingenieros, etc).

Con ese negocio paralelo ganaba más dinero que con el mísero sueldo de Guardia de la Escolta o de Guardia Civil. Contaba nuestra madre que se lo gastaba casi todo en ropa, que ella mantenía de punta en blanco. Ese buen vestir, le condujo en muchas ocasiones a acompañar a sus superiores en sus desplazamientos a fiestas, acontecimientos y actos en los que realizaba su trabajo.

Luego, solicitó ser desplazado al Protectorado Español, pretendía sacarse el pasaporte en Tánger y «hacer las Américas» en Venezuela.

Estuvo en Melilla primero y con influencias se desplazó a Tetuán a finales de 1946, como Guardia civil en las oficinas del Alto Comisariado Español.

Buscando hacer más dinero, en junio de 1947 se salió de la Guardia Civil y adquirió un primer camión, con él se dedicaba al transporte de materiales de construcción, leña, carbón y lo que surgiera.

No sabemos cómo, pero consiguió una licencia de explotación de un monte lleno de alcornoques y encinas, primero para hacer carbón y vender leña.

Luego, nuestro abuelo le aconsejó aprovechar también el corcho que de allí se podía sacar, lo que multiplicó sus ganancias. También sacaban piezas de madera, él decía “duelas” para utilizar en las industrias de muebles, construcción (revestimientos de suelos y paredes) y en tonelería.

Se trajo a Larache a sus hermanos y algunos primos, así como a distintos carboneros de Ronda que estos conocían, unos para que le ayudaran a llevar el negocio y otros para elaborar el carbón en los montes. Tenía 2 camiones y una furgoneta, y cuando lo necesitaba contrataba más para llevar cargas de corcho o madera a los puertos de embarque.

Continuamente hacía el trayecto de Tetuán a Larache, donde hizo muchas amistades, y donde alternaba con sus empleados y familiares.

Tenía una parcela para guardar el material antes de su traslado definitivo. En esta foto, se le ve, supervisando los trabajos de pesado y carga en los camiones.

En los montes tenía mucha gente de la zona contratada para realizar las tareas forestales que se precisaban.

Aparte del trabajo forestal, también intentó generar nuevas iniciativas, una de ellas fue montar un molino de pimientos secos para fabricar pimentón, tuvo allí trabajando a su hermano Roque, que llegaba a la casa empanado con el rojo polvo del pimentón, que le costaba quitarse, hasta que un día dijo: «hasta aquí he llegado y lo dejó».

Nuestro padre debió de tener mucha relación con la Sociedad Comercial Catalana, que tenía un papel relevante en la mercantilización de estos productos forestales, y parece que debido a esta relación viajó a Barcelona en algún momento para conocer mejor la sede de la empresa, impulsada por la burguesía catalana. La empresa estuvo en Tetuán hasta la independencia.

F – La foto es de este viaje. No debió de ser un viaje productivo, porque al hablarlo con él con la foto delante, apenas le dio relevancia, ni tenía recuerdos de interés para él.

Un día fueron a hablar con él unos cineastas que querían grabar una película en los montes de su concesión, querían además contratar a su personal y también utilizar el Land Rover que allí tenía para moverse por el monte, el aceptó la propuesta, puso algunas condiciones entre las que se encontraba poder utilizar el todoterreno, siempre que lo condujera por el monte su hermano Roque, y así fue como éste se convirtió en un actor secundario de la película.

F – No consigo recordar su título, creo que me dijo que actuaban Ava Gardner y Humphrey Bogart, pero no tengo seguridad de estos nombres. Le debieron dar un buen dinero, porque en la zona no había ningún vehículo de este tipo.

En la foto, Roque en un descanso del rodaje con uno de sus ayudantes.

Durante estos años, le gustaba tener buenos coches, los compraba de segunda mano, pero en muy buenas condiciones, eran muchas las personas que iban y venían a Tetuán, y algunos de los que se iban solían vender sus vehículos, el aprovechaba y se hacía con vehículos a bajo coste. Los iba sustituyendo en cuanto le daban guerra, las piezas y los arreglos solían ser caros y dificultosos. Siempre le gustaron grandes y ostentosos, como la ropa, decía que esos detalles realzan y engrandecen la imagen ante los demás.

Le fue todo muy bien, el dinero fluía a su alrededor, en esa época fue Don José. Hasta 1956 en que llegó la independencia de Marruecos.

J – Al nacer yo, se arruinó por completo (no por culpa mía) perjudicado por los procesos que se produjeron con los acuerdos de independencia de Marruecos.

F – Bueno, no te creas, según me contaba, poco antes de nacer yo, le ofrecieron comprarle la concesión por un dineral, él no dio inicialmente una respuesta clara y la retrasó para después del viaje que tenía previsto hacer a Madrid a principios de 1955, donde iba con toda la familia de mamá para que me conocieran.

Cuando volvió, habían quitado los guardas de los montes y empezaron los robos; la inestabilidad era alta y la oferta evidentemente desapareció. El creía firmemente que podía retomar la empresa, pero no conseguía sacar los productos del monte, y por lo tanto empezó a no tener ingresos, aunque sí obligaciones con el personal y por tanto muchos gastos, fue un año duro donde se sintió abandonado por las decisiones que tomaban las autoridades españolas que le perjudicaron, empezó a deber dinero y lo perdió todo. Pero buscó nuevas oportunidades y supo empezar de nuevo.

Estuvo sobreviviendo como pudo, incluyendo épocas en que nosotros vivíamos en Madrid en casa de la abuela Paula. Alguno de sus amigos que sabían de su hacer con los camiones y el trasporte, le pidieron ayuda para poder trasladar sus cosas al volver a España, y empezó a ayudarles, valorando si esta actividad pudiera ser rentable.

Vio que sí y empezó con el negocio del transporte de muebles de personas que se iban desde Tetuán o Casablanca a la Península, negocio que complementaba con el «llevo marroquinería y traigo productos de Ceuta» para amigos y conocidos.

Había recuperado la iniciativa, empezaba a irle nuevamente bien y completó la faena en Marruecos con la compra de un camión de segunda mano para el transporte, pagado a base de letras.

Cuando el paso por las aduanas se complicó, no tuvo dudas en enredarse con el paso «no legal» de bienes y productos. Lo que en un momento determinado le complicó su situación legal, tuvo que salir por piernas de allí y nos resituó en Ceuta. Donde todos tuvimos que resetearnos y volver a comenzar.

Desde allí continuó con el mismo tipo de negocio, en trayectos Ceuta – Península y viceversa.

Como buen buscavidas estaba todo el día callejeando, hablando con unos o con otros, con las antenas puestas para cualquier posible negocio o nueva oportunidad. Es verdad que era de trato agradable y un buen embaucador, sabía muy bien por donde encontrar y enfocar el interés comercial de los demás, para arrastrarlos a sus proyectos. Buscando sus oportunidades, evidentemente, paraba por casa lo mínimo.

Estuvo dando bandazos en distintas direcciones, por ejemplo, mediante algún antiguo conocido de la Guardia Civil consiguió suministrar algunas cosas al Economato Militar, durante un tiempo. También le gustaba ir mucho a Madrid, donde tenía un buen grupo de amistades que, entre otras cosas, le hablaban de posibles negocios y a veces, le ayudaron en algunas gestiones en los ministerios, sobre todo en la tramitación de licencias de importación de productos extranjeros, o en trámites o consultas con la embajada marroquí, ….

Simultáneamente al desarrollo del negocio de las mudanzas abrió una charcutería en la calle Jáudenes, 24. Era una buena charcutería, bien surtida; traía muchos buenos productos directamente de fábrica con nuestro camión.

Ese negocio fue muy bien, pero alguien decidió derribar el edificio en el que se encontraba y tuvo que cerrar el local, pero en vez de trasladar la charcutería -que ya era reconocida e iban a buscar nuestros productos clientes desde distintas zonas de Ceuta-, abrió un bazar-joyería en El Morro, alejado de la zona de comercio de Ceuta.

Años después y como compensación por el negocio que tuvo que cerrar, consiguió un local en el callejón lateral izquierdo del mercado de abastos (mucho mejor ubicado) y allí trasladó el bazar, abandonando la joyería-bazar del Morro (y a todos los clientes que le pagaban a plazos, quedándose con una cantidad importante de impagos por falta de organización).

También, por esa época consiguió una licencia de Agente Comercial y de Importador.

Mientras él estaba buscando negocios, nuestra madre atendía en las tiendas: charcutería, joyería, bazares). Normalmente estaba en la caja, él siempre tuvo a una persona contratada para ayudarla, porque a veces, con su continua enfermedad, no podía tirar de su cuerpo. Nosotros ayudábamos en el llevar y traer cajas y productos.

Probablemente cualquiera de estos negocios bien llevado hubiera sido suficiente para vivir bien. Pero no tenían continuidad.

Se enteraba, por ejemplo, de una oportunidad de máquinas en desuso de una industria textil, … pues las compró. Y en ello se quedó. Estuvieron ocupando un almacén unos años hasta que acabaron vendidas por poco más que chatarra. No encontró otra salida para rentabilizar mejor la inversión hecha.

¿Quién le llevaba la documentación y gestión de todo eso,… , una gestoría? … No, nadie. Cuando se veía desbordado, muy de vez en cuando, fueron trabajando puntualmente con él algunos contables, pero se mosqueaban porque no les daba toda la información de forma correcta, siempre con olvidos y a destiempo. A veces, eran sus amigos de Madrid los que le ayudaban con la documentación para pedir importaciones: paraguas, platos de macao, figuritas de marfil o de piedra, whisky escocés, leche condensada, quesos de bola o de plato, etc….

F – Uno de esos contables se dio cuenta de que yo estaba siempre atento a las cuentas y que me gustaban jugar con los números y me fue enseñando muchos truquitos matemáticos del cálculo, aparte de la organización del libro de cuentas con sus entradas y salidas, y que papá usaba bien poco.

F – A veces me pedía que me sentara con él y que le hiciera las cuentas de alguno de sus posibles negocios, para ver su coste y calcular el precio que había que poner a cada producto al venderlo, con el porcentaje que me indicaba, que solía ser de un 25% sobre el coste en lo comprado a los distribuidores ceutíes o el 50% en algunas importaciones, etc.

F – Eran cuentas sencillas, donde los costes eran a ojo, y donde no contemplaba gastos como el mantenimiento de los locales, la electricidad, el personal contratado, los trasportes, ni el trabajo realizado por todos los miembros de la familia, que lo entendía como gratis.

J – Yo no sé si porque eres mayor que yo (1 año) o porque se te daban mejor las cuentas, o porque yo ya empezaba a segar sus iniciativas, o por todo ello, pero no tuve ni idea, nunca, de todas esas cuentas.

F – A veces él sentía que algún negocio no había ido como hubiera deseado, y al echar las cuentas, me ratoneaba la información, me la iba dando a cuentagotas y diciéndome en todo momento lo que quería que hiciera, a mí me gusta saber por qué hago las cosas y cuando le preguntaba para entender lo que hacía, me decía: “déjame pensar que no me concentro en lo que quiero que hagas, terminaba con un ¿cuánto sale?”, si las cuentas no le salían bien, ahí lo dejaba, sin explicarme nada, se levantaba y con un “tengo que ir a ver a…” acababa la sesión. Yo concluía en mis pensamientos que el negocio no salía como él esperaba.

F – Cuando empezó con las licencias, estaba abonado al BOE, donde se anunciaban entre otras mil cosas las aprobaciones de licencias para la importación, un día en que ya empezaban a publicar estas informaciones, me cogió por banda y me puso a revisar los BOE que iban llegando en esos días, era como buscar una aguja en un pajar, pero al final fueron apareciendo las pocas licencias que fue consiguiendo. Para mí fue un descubrimiento y apareció un efecto secundario inesperado, empezó a gustarme leer algunas de las curiosidades que llegaban en estos documentos, donde se incluía de todo.

J – Cualquier oportunidad de negocio le incitaba. Una vez le ofrecieron comprarle la mitad de su negocio de Mudanzas Fernández ….

J – Y lo vendió…. ¡Al sobrino de la competencia!

J – Eso generó una dinámica que llevaría a que en 2 años más le vendiera la otra mitad del negocio, y a que Jose estudiara y se hiciera profesor de autoescuela, yéndose más adelante a trabajar en ello primero al Puerto de Santa María y luego a Cádiz.

J – Yo no tenía claro, no recordaba, me intrigaba por qué dejé de ir con los camiones cuando empecé la carrera. No había motivos, yo sacaba buenas notas y me gustaba viajar con mi hermano.

F – Yo dejé de ir en los camiones durante el verano del 72, primero porque tuve que gestionar mi matriculación en Sevilla y segundo por el inicio del curso.

J – El otro día hablando con María José, cuadré todo. El verano del 74 estaba en proceso la venta completa de Mudanzas Fernández.

J – Y también, gracias a poner las fechas en claro cerré otras dudas relacionadas con la propuesta que me hizo papá ese año. Después de irte a Sevilla, yo iba a empezar la carrera en el 73. Pero …

J – Éste fue el año del calendario Juliano del Ministro Julio Rodríguez, que hizo que el curso empezara en enero del 74. Eso provocó que yo estuviera «disponible» para Fernández durante 6 meses más: verano y otoño del 73. En los camiones o en las tiendas. Por eso estuve casi un mes en el almacén de Valencia yo solo.

J – A pesar de haber pagado la matrícula de primero de carrera (3500 pesetas, lo mismo que el Salario Mínimo Interprofesional de ese año), papá me ofreció quedarme en Ceuta, me dijo que le hacía falta para los negocios, que ya estudiaría más adelante.

J – Yo lo tenía claro. Quería estudiar, tenía una clara vocación y … quería poner un Estrecho por medio.

J – Me acuerdo perfectamente de la conversación, era un día soleado y estuvimos hablando amablemente en el descampado del Morro. Mamá estaba en la joyería-bazar.

J – Le dije: tú eres quien tiene dinero, yo no me puedo pagar la carrera. Pero si no me voy ahora, me iré el día que cumpla la mayoría de edad (21 años de entonces) y no me verás más el pelo. Le pareció que yo tenía las cosas claras, y abandonó su intento. No hubo una palabra más alta que otra.

J – Ahora que he cuadrado fechas entiendo que en esas fechas ya se estaba fraguando el que Jose se iba a ir y pensaba en un sustituto.

F – Yo iba a Ceuta en las vacaciones escolares y mayormente trabajaba en el bazar del centro, donde Jose me montó un pequeño puesto delante del escaparate de cristal exterior, donde vendía los productos mayormente importados y en los que papá contaba con un mayor porcentaje de ganancia. Lo publicitábamos a voces, se pagaba una pequeña cantidad a un joven marroquí que en la esquina voceaba que al fondo había una tienda muy barata, y en contra de lo que podría pensarse con lógica, la gente entraba en tromba a comprobarlo, y cuando se formaba un pequeño tumulto en torno al puesto, con mucha venta, se conseguía aumentar el efecto llamada deseado, que a veces duraba hasta que se acercaba la hora en que salía el último barco hacia la península. Jamás vendí tanto sin poderme parar a descansar, desde la llegada del primer barco hasta el último.

Surge aquí la pregunta, ¿entraba mucho dinero en la casa? Y la respuesta no es fácil, podríamos decir que no pasábamos nunca necesidades, pero para completar la respuesta hay que hacerse otra pregunta: ¿qué pasa con los negociantes?

La respuesta la tenemos clara: “que todo el dinero se va en los negocios” y también “en la vida de calle de nuestro padre”, mantener relaciones y “amigos” cuesta mucho.

J – En la casa a veces no había cash, y no lo había para cosas importantes, como por ejemplo para pagar la matrícula nuestra del Instituto, un septiembre cualquiera. Por suerte Mary, recién llegada ese año de profesora al Instituto de Ceuta nos gestionó una matrícula gratuita.

F – Una mañana de invierno, mamá me envió a comprar pan a la pequeña tienda de nuestra calle y me dio un billete histórico de 1.000 pesetas de su colección de monedas y billetes, que mantenía para lo mismo, por si un día le hacía falta. Por supuesto me negué a utilizarlo y busqué algunas pesetas que tenía y que guardaba.

J – Una madrugada, estando aún en los camiones, uno de los cargadores me preguntó ¿Y tú qué quieres ser de mayor? Lo tuve claro: «¡Quiero un sueldo mensual!».

Nuestro padre, que funcionaba como patriarca era el que tenía y manejaba el dinero y cuando le pedías algo para salir con los amigos o hacer alguna compra que necesitaba, o bien te decía que no tenía o bien se metía la mano en el bolsillo y después de un rato la sacaba con alguna moneda y decía, “es todo lo que tengo”.

Por suerte, nuestra madre estaba en la tienda y, aunque él pasaba de vez en cuando a sacar el dinero de la caja, ella “sisaba” algo. Eso mejoró la posibilidad de planificación económica familiar porque él aplicaba la misma técnica del “es todo lo que tengo” para comprar comida, ropa, etc.

Incluso cuando se iba de viaje, que decía que eran 3 o 4 días y a veces estaba fuera 10 o 15, nuestra madre lo pasaba mal por la falta de liquidez al tener que ir dedicando la venta a pagar más facturas de las previstas por nuestro padre y que llegaban sin aviso previo.

Le gustaba viajar buscando aventuras y nuevas oportunidades, una vez se enteró de una oportunidad de compra de vehículos Mercedes para luego vender en Ceuta o en España, y se fue con nuestro hermano a hacer negocios a Alemania, pasando después por París, para ver la Torre Eiffel, a orillas del Sena y el Arco del Triunfo de París, que encontraron en la Plaza Charles de Gaulle (en la foto).

Hacia negocio con todo lo que podía, con su “Mudanzas Fernández”, con el Mercedes 180 (CE-4300) que habían arreglado Pepe y Jose Miguel para nosotros en nuestra estancia en Sevilla o con nuestro dinero para estudiar aquí. Cuando volvíamos de nuestras “vacaciones” para Sevilla, en vez de darnos dinero nos daba mercancía para vender: Whisky, calculadoras o algún radiocasete, …

J – Aquí, por suerte para mí, tú estabas más dispuesto que yo a esas gestiones.

F – Apenas manejábamos dinero en esa época de estudiantes, íbamos a lo justo, apenas llevábamos algunas monedas en el bolsillo para pagar un refresco, una manzanilla o una entrada de cine, apenas cogíamos autobuses, íbamos andando a casi todos los lados, yo viajaba haciendo autostop, salvo cuando llevábamos los maletones enormes que traíamos en el autobús cuando veníamos de Ceuta.

F – Yo, en 1976, empecé a trabajar como profesor de educación física en un colegio, empecé ganando 8.000 pesetas, algo menos de 50 €, que me daban para vivir, incluso para ahorrar. Al poco, me pagaban 10.000 (60 €), y en el curso siguiente me contrataron más horas pagándome más de 40.000 pesetas mensuales (Unos 250 €), un dineral al que no estaba acostumbrado.

F – Tal vez ese no manejar dinero en lo cotidiano me dio la fortaleza y la capacidad para ahorrar que me ha acompañado toda la vida.

J – Yo, harto de tener que recordarle todos los meses que nos mandara el dinero del mes (misma técnica de «es todo lo que tengo», con las transferencias) en quinto de carrera dejé de pedirle dinero. Vendía apuntes y mi hermana Mary me daba dinero de vez en cuando. Papá no me preguntó nunca por qué no le pedía dinero.

J – Una vez terminé la carrera me fui a la mili, a Madrid. Allí le di una excedencia a algunas de mis ideas y a mi orgullo y le pedí dinero alguna vez. A ti otras y ya empecé a hacer sustituciones.

«Fernández» fue una persona fuerte y enérgica, que tuvo momentos de enorme éxito y momentos de grandes pérdidas económicas. ​​Tuvo durante toda su vida muchas iniciativas, cambiando continuamente su actividad de negocio, adaptándose a los cambios en las circunstancias, y siempre ideando nuevas formas de ganar dinero.

Pero todos hemos visualizado que, como los buenos ilusionistas, “lo que ganaba, por entre los dedos se le escapaba”. Y cuando decimos dedos, nos referimos a los suyos únicamente.

F – Cuando tenía algún éxito relevante me decía que lo acompañara en alguna actividad: llevar dinero al banco, visitar a un cliente o hacer alguna gestión, al terminar me invitaba a un refresco en un bar y empezaba a contarme como había hecho un buen negocio en el que iba a ganar mucho dinero. Yo aprendí que exageraba los números, y cuando le preguntaba sobre qué iba a hacer con esa cantidad, el siempre salía con que había muchas facturas que pagar.

F – También observé que tras un buen negocio solía hacer un «merecido» viaje a Madrid, según él, los negocios no se hacen solos, hay que buscarlos y atraerlos.

F – Todos nosotros trabajábamos para la familia, eso nos hizo fuertes y constantes en los trabajos. Cuando nosotros no estábamos en clase, en el bazar nos dedicábamos a limpiar objetos y productos, mover, colocar y vender, y con distintas tareas en el resto de los negocios, durante varios años y de forma cotidiana; en entresemana, por las tardes, los sábados al completo, los domingos y festivos y en las ¡vacaciones!​

F – ¿He dicho vacaciones?, yo no conocí esa palabra hasta el verano de 1980 en que decidí tomarme mi primer mes sin trabajar. Y mira por dónde, fue el verano en el que conocí e inicié mi relación de pareja.

J – Y yo, y yo. Mis primeras “vacaciones” fueron ir unos días a Mazarrón a casa de nuestro amigo Benjamín también cerca de 1980. Y mis primeras vacaciones de verdad fueron en el 84, en mi primer año en la Consejería.

F – En verano para ir a la playa, había que aprovechar algún hueco que surgía de pronto, a veces nos íbamos los dos al Chorrillo a bañarnos, bucear o hacer deportes varios, a veces nos llevábamos a Luisa Fernanda; con más edad, me iba también corriendo a Calamocarro donde me gustaba bucear y respiraba libertad.

Hablando y repasando nuestra historia, no dejamos de sentir cierta contrariedad por el enorme «ir a lo suyo» que siempre dirigió sus pasos, pero sí tenemos muy claro que todo este esfuerzo y trabajo familiar, nos permitió adquirir muchos aprendizajes.

J – En lo cotidiano, las relaciones con nuestros clientes y sus casas en los camiones nos mostraron infinidad de aspectos de las distintas familias, o cómo resolver pequeñas cosas cotidianas, como montar muebles, arreglar pequeñas averías. Se trataba de solucionar las dificultades con cualquier elemento básico a mano.

F – Ese trabajo duro de cargas y descargas, de trabajos de habilidad y de resolución de dificultades prácticas, nos hizo más fuertes, tanto física como mentalmente. Nuestra capacidad de aguante de situaciones agotadoras y complicadas es ciertamente muy alta. A veces me regañan y sorprenden diciéndome que he sobrepasado la frontera del masoquismo.

F – En una conversación con él sobre mis actividades deportivas, en las que me insistía que yo perdía el tiempo haciendo deporte y que eso nunca me iba a dar nada de nada en la vida, yo bromeando, le decía que él era el culpable de mi fortaleza física, adquirida subiendo y bajando escaleras con mobiliario, electrodomésticos, cajas y baúles a cuesta, moviendo cajas de quesos, de vinos, de whisky, … Se enfadaba conmigo, claro y se acababa la conversación.

F – Creo que con todo ello desarrollamos competencias que después nos han ayudado a encontrar soluciones a los problemas que nos vamos encontrando y por supuesto, para aprovechar las oportunidades que nos han ido apareciendo a lo largo de nuestras vidas.

F – Pienso igualmente que aprendimos a darle el valor justo al dinero, a pensar en los demás y ser solidarios y a buscar un mejor equilibrio con las personas que queremos, supongo que hemos activado genes de la «Merino» que también llevamos a cuesta.



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