Jueves, 31 de mayo de 1962.
La religión se convirtió en parte integrante fundamental de la vida de la España de Franco. Era un país católico donde cumplir los ritos religiosos era fundamental para llevar una vida sin trabas familiares, sociales y burocráticas.
Cuando nacíamos nos bautizaban en una iglesia, a mí me bautizaron un 30 de diciembre de 1954 en la Iglesia de San Antonio de Padua de Tetuán, en Marruecos, África. Yo tenía 4 días, por lo que es evidente que no recuerdo nada, además no queda ningún registro gráfico del hecho.
Ese día sufriría mi madre, tras un parto complicado con un hijo de algo más de 5 kilos, levántate y ve a bautizarlo. ¡Qué fuerte esa generación!
Era una decisión de nuestros padres, pero ellos sabían que no hacerlo generaba grandes dificultades a lo largo de nuestra vida, mi madre además tenía la convicción de que ser cristianos nos vendría bien en el vida. No obstante, en Tetuán, ellos convivían con musulmanes, hebreos y otras personas que no eran religiosas, sin grandes problemas.
La Primera Comunión, en las religiones cristianas, se cree que es uno de los momentos más relevantes de la vida religiosa. Es el momento en que se intenta despertar en los niños el interés por la religión. Se suele celebrar cumplidos los 7 años y normalmente en el mes de mayo.
Mis hermanos mayores habían hecho la comunión en Tetuán, pero ocurrió un hecho que mi padre, que había estado en la Guardia de Franco tras la guerra, consideró relevante para mi futuro y que provocó que hiciera este paso en el Pardo. Al igual que yo, en diciembre de 1954 había nacido Francisco Franco Martínez-Bordiú, nieto de Franco, e iba a hacer su comunión ese mismo año.
A mi padre no se le ocurrió otra cosa que recorrer con toda la familia el camino hasta Madrid, más de 800 km. para que yo hiciera la comunión con él. Creería que eso me favorecería en el futuro. No fue el único que pensó eso, la fila de niños y niñas que hicimos la comunión allí ese año era relevante.
Con lo que nos fuimos al Pardo, no sé si a casa de mi abuela, junto al estanco en la Plaza del Generalísimo (Actual plaza del Pardo) o al piso de mi tía Luisa.
Se hacía previamente una catequesis, donde contaban que era aquello de la primera comunión, pero yo me la debí de perder por vivir tan lejos.
El día 30 de mayo estábamos convocados para la confesión, yo fui con mis primos que me iban orientando en lo que tenía que hacer. Me lo pasé pipa en la iglesia del convento de las Monjas, correteando por delante con mi primo Miguel Ángel y otros niños.
Me despisté un poquillo, porque nos llamaron y preguntaron si ya nos habíamos confesado todos, y yo no lo había hecho, y no sabía que tenía que hacer, me dijeron que había que ir a un confesionario donde estaba un cura, y que tenía que arrodillarme y decirle aquello de “Ave María Purísima”, y el respondía con un “sin pecado concebida”, y que tenía que contar los pecados que había cometido.
Yo no sabía ni lo que era un pecado, me acababan de decir en un corrillo ante esta pregunta, que había pecados veniales y mortales, y veloz como el rayo yo creí que no tenía pecados de ningún tipo.
Ante el cura no supe que decir ni que pecados había cometido, y él me fue diciendo si pegaba, chillaba o insultaba, si contestaba mal o desobedecía a mis hermanos mayores o a mis padres, y poco más, yo no era consciente de hacer nada mal, quería mucho a mis hermanos y a mis padres.
No obstante, supongo que para prevenir me mandó rezar un padre nuestro y 3 Ave Marías, que me tuvieron que enseñar ya que yo no tenía ni idea, creo que fue mi primo Miguel Ángel o mi prima Paquita los que me iban diciendo el rezo y yo lo repetía, y a correr otra vez por el paseo.
A la mañana siguiente, temprano, me vistió mi madre, me puso un traje de comunión que había llevado mi hermano José Miguel en la suya en 1954 y que mi madre mantenía con mucho mimo para mí y mi hermano Juan Carlos que lo llevó más adelante.
Me dio un misal que conservaba la familia, que creo que estaba forrado de nácar blanco. También me colocó un rosario plateado enrollado en la muñeca derecha para que no se me perdiera. Nos llevó mi padre a un fotógrafo, donde nos hizo varias fotos. Me dio un misal que conservaba la familia, que creo que estaba forrado de nácar blanco. También me colocó un rosario plateado enrollado en la muñeca derecha para que no se me perdiera. Nos llevó mi padre a un fotógrafo, donde nos hizo varias fotos.

Foto de familia: Juan Carlos tenía 6 años, mi padre, 44, José Miguel, 16, Luisa Fernanda, 2, mi madre 41 y Mari Carmen, 19. Nos peinaban con flequillo.
Después nos fuimos todos al paseo que había delante del convento de las monjas, junto a la carretera que lleva a Madrid.

Allí mi padre me llevó hacia una mesa que estaba en medio del paseo, con un mantel, y me dijo que pusiera algunas estampitas en el mantel y un dinero que me dio en un sobre para colocarlo en una cajita que allí había.
Nos fueron poniendo en una fila muy larga, yo creo que iba el 6º o 7º.
Cuando todos estuvimos bien colocados, iniciamos el camino hacia la iglesia del Cristo, de los frailes capuchinos.
En marzo de 2024 estuve en el Pardo y decidí hacer esta misma ruta andando. Y la verdad es que me parece exagerada.
Llegué al puente sobre el río Manzanares, un lugar precioso sobre el río, del que hoy parten caminos fluviales para recorrer y conocer la ribera del río.
Tras el puente se inicia la larga cuesta hacia la iglesia del Cristo, un espacio natural enorme dentro del paraje protegido, donde fuimos aquel día de mayo. Un camino largo que conducía al convento, y duro de recorrer para unos niños y niñas de 7 años, y también para mí actualmente.
El convento de Nuestra Señora de los Ángeles, más conocido como el Cristo de El Pardo, lo fundó Felipe III en 1612. Está regentado desde entonces por la Orden de los Capuchinos.

En su interior, en una capilla lateral se encuentra una maravillosa obra de arte, un Cristo yacente, talla en madera del Gregorio Fernández.
Se lo encargó el rey como ofrenda por el nacimiento de su primer hijo varón, Felipe IV, el viernes santo de 1605. La imagen fue donada en 1615 al convento, donde tomaría el nombre de Cristo de El Pardo.
Un gran lienzo de Francisco Rizzi corona el altar. Otras obras existentes en el interior pertenecen a Lucas Jordan y Bartolomé González entre otros.
Adosado al edificio, está el Cementerio del Cristo, donde tenemos a muchos de nuestros antepasados pardeños enterrados allí, a los que visite en este último viaje. Para vergüenza de Madrid, en muy mal estado de mantenimiento.
El día de mi primera comunión, cuando llegamos a la iglesia, nos fueron sentando en los bancos que allí había, los niños en un ala y las niñas en el otro.

El contexto era maravilloso, pero nosotros estábamos sobrepasados en todo momento y al menos yo, no aprecié en nada el lugar. En la visita de marzo, me sobrecogió el corazón. No pude degustarlo bien porque había misa y estaba abarrotá, pero si lo he hecho a finales de enero en otra visita, es un maravilloso espacio para reflexionar solo o en compañía.

El orden y forma en que se llevó todo, lo que conocen como liturgia, fue precisa. Ante un día «tan importante«, no hubo errores.
Cuando llegó la hora de la comunión, varias personas ayudaron al cura, sacándonos fila a fila, hasta que nos llegaba nuestro turno, un acto relevante donde alguien nos fotografiaba para guardar ese instante.
Tras todo este proceso, fuimos saliendo y desfilando cuesta abajo, hasta llegar al Palacio donde vivía “El Generalísimo” abuelo de mi compañero de fila.

Sobrepasamos el Palacio, entramos por un paseo y desfilamos junto al balcón donde estaba la familia Franco que nos saludaban con las manos.
No recuerdo si el Jefe del Estado, “El Generalísimo”, dijo algunas palabras, sé que esperamos bastante. Lo grabaron con cámara para el NODO, donde se emitió un reportaje.
El calor y el cansancio hizo mella en los protagonistas del acto. Fue una paliza integral, hubo algún desmayo, deshidratación y alguna indisposición. Solo con hacer el camino nos ganamos el cielo, si es que lo hubiera, que yo no lo creo. Cuando volvimos al punto de inicio, todos y todas fuimos a buscar la protección, el agua y el descanso con nuestras familias.
Para mí no tuvo ningún valor religioso, ni de ningún otro tipo, me dejé llevar por mis mayores y por las circunstancias, pero no despertó en mí nada más. No me mejoró mi vida ni me abrió ninguna puerta. Eso sí, durante un tiempo, acompañé algo más a mi madre a la iglesia, lo que realmente nos gustaba.
Hasta mi juventud, mis compañeros mayoritariamente eran católicos, pero también había musulmanes, hebreos y algún hindú en Ceuta, y lo importante en nuestras vidas no era la religiosidad, sino las buenas relaciones y el diálogo.
Me acerqué algo más a la religiosidad por mi madre, con entre 14 y 16 años, pero los abusos de un religioso con una amiga disiparon mi confianza.
Opté por una religiosidad íntima, centrada en una construcción personal sensata y lo más correcta posible, tal vez siguiendo el modelo cristiano que representaba para mí mi madre, con su particular manera de vivir la religiosidad, pero sin apenas relación con las instituciones eclesiásticas.
El gusto por la ciencia y la reflexión junto a otros y otras me llevó a conocer mejor el mundo en el que vivimos y a definir mejor mis creencias sobre la vida.
Opté por casarme por lo civil y porque mis hijos no pasaran por esas ceremonias ancestrales, hoy fuera de lugar y descontextualizadas.
Que ellos construyan su religiosidad con sus propios pensamientos, como deseen y puedan.
“Descubrí que la religiosidad no estaba en los rituales y oraciones, la encontré en el compartir pensamientos y acciones positivas con los demás, en el intentar resolver los problemas que nos íbamos encontrando, en el ayudar a quien lo necesitaba y en mantener una continua mirada hacia nuestro entorno natural. Solo así pude construir mi alma y llenar de humanidad mi espíritu”.
Curro Mamel Merino – 6 de febrero de 2025


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